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viernes, 31 de enero de 2020

La cruda realidad de nuestro natural, normal, común y corriente egocentrismo diario.


Esto es agua

Están dos peces nadando uno junto al otro cuando se topan con un pez más viejo nadando en sentido contrario, quien los saluda y dice, “Buen día muchachos ¿Cómo está el agua?” Los dos peces siguen nadando hasta que después de un tiempo uno voltea hacia el otro y pregunta “¿Qué demonios es el agua?”
Este es un requerimiento estándar para los discursos en las ceremonias de graduación, el uso de una pequeña y didáctica historia. El cuento resulta ser uno de los métodos más ejemplificativos y menos tediosos del género, pero si creen que planeo presentarme aquí como el pez viejo y sabio que les va a explicar a ustedes, jóvenes peces, qué es el agua, por favor no lo hagan. No soy el pez viejo y sabio.
El punto de la historia de los peces es simplemente que las realidades más obvias e importantes son con frecuencia las más difíciles de ver y sobre las que es más difícil hablar. Enunciado como una frase, por supuesto, éste es sólo un lugar común como cualquier otro, pero el hecho es que en las trincheras del día a día de la existencia adulta, los lugares comunes pueden tener una importancia de vida o muerte, o por lo menos de ello me gustaría hablar en esta despejada y encantadora mañana.
Claro que el principal requisito para este tipo de discursos es que debo hablar sobre el significado del estudio de las ciencias sociales y humanidades, tratar de explicar por qué el título que están a punto de recibir tiene un valor humano real y no sólo un fin material. Hablemos entonces del cliché más generalizado en los discursos de graduación, que es que la formación en ciencias sociales y humanidades tiene como objetivo tanto proveerlos de conocimiento como enseñarles cómo pensar. Si ustedes son como yo cuando era estudiante, no debe gustarles escuchar este tipo de cosas, e incluso se sienten un poco ofendidos por la afirmación de que necesitan que alguien les enseñe cómo pensar, dado que el hecho de que hayan sido aceptados en una universidad tan buena como ésta parece probar que ya saben hacerlo. Sin embargo, vengo a plantear que el cliché no resulta ser para nada insultante, porque lo que verdaderamente importa para su educación –misma que se supone reciben en una escuela como ésta- no gira en torno a la capacidad para pensar sino en decidir sobre qué decidimos pensar.
Si su total libertad de pensamiento con respecto a las decisiones sobre qué pensar les parece demasiado obvia como para desperdiciar tiempo discutiéndola, les pediría que piensen sobre los peces y el agua, y que sólo por un par de minutos hagan un paréntesis en su escepticismo sobre el valor de lo totalmente obvio.
Aquí va otra pequeña y didáctica historia. Están dos hombres sentados juntos en un bar ubicado en una parte remota de Alaska. Uno de los hombres es religioso, el otro es ateo, y los dos discuten sobre la existencia de Dios con esa especial intensidad que viene después de la cuarta cerveza. Entonces el ateo dice: “Mira, no es que no tenga razones para no creer en Dios, no es que nunca haya experimentado el Creo-En-Dios-Y-Rezo y esas cosas. Justo el mes pasado me agarró una tormenta de nieve lejos de casa, estaba totalmente perdido y no podía ver nada, la temperatura era cincuenta grados bajo cero, entonces lo intenté: me arrodillé en la nieve e imploré ‘Oh, Dios, ¡si es que existes! Estoy perdido en la nieve y moriré si no me ayudas’”. El hombre religioso mira desconcertado al ateo y dice “Entonces debes creer ahora, después de todo aquí estás, vivo”. El ateo mueve la cabeza y dice: “No, hombre, lo único que pasó es que casualmente un par de esquimales pasaban por ahí y me mostraron el camino de regreso”.
Es fácil ver esta historia a través del cristal con el que normalmente se analizan este tipo de situaciones en cualquier carrera de ciencias sociales y humanidades: exactamente la misma experiencia puede significar dos cosas completamente diferentes para dos personas, considerando las diferentes creencias y patrones, y las diferentes formas de construir significados basados en la experiencia. Como priorizamos la tolerancia y la libertad de pensamiento, por supuesto que no vamos a querer afirmar que una interpretación es verdadera y la otra falsa o mala.
Lo cual está bien, excepto por el hecho de que nunca terminamos hablando sobre de dónde vienen estas creencias y patrones. Es decir, de dónde vienen dentro de estos dos hombres. Como si la orientación más básica de una persona, y el significado de su experiencia fueran de alguna manera inherentes a ella, como la altura o el número de zapato; o fueran automáticamente absorbidos de la cultura, como el lenguaje. Como si la forma de construir significados no fuera el resultado personal e intencional de una decisión consciente. Además, tenemos la cuestión de la arrogancia. El ateo está convencido de que el hecho de que los dos esquimales hayan pasado en ese momento no tuvo nada que ver con su rezo pidiendo ayuda. Cierto, también hay un montón de religiosos arrogantes y seguros de sus propias interpretaciones. Son probablemente más repulsivos que los ateos, y que, por lo menos, la mayoría de nosotros. Pero el problema de los dogmáticos religiosos es exactamente igual al del no-creyente de la historia: la certidumbre ciega, una mente cerrada que equivale a un aprisionamiento tan absoluto donde el mismo prisionero ignora que está encerrado.
El punto es que pienso que ésta es una parte de lo que el mantra de “enseñar cómo pensar” debe significar: ser un poco menos arrogantes, tener “consciencia crítica” sobre mí mismo y mis certidumbres…porque un buen porcentaje de las cosas que doy por dadas, resultan eventualmente diluidas e incorrectas. Yo he aprendido esto de la manera difícil, como seguramente ustedes también lo harán.
 Aquí va un ejemplo del carácter erróneo que hay en las cosas sobre las cuales tiendo a estar automáticamente seguro:  “Todo en mi inmediata experiencia sostiene mi profunda creencia de que yo soy el centro absoluto del universo, la más real, vívida e importante persona en la existencia.” Raramente pensamos en este tipo de este egocentrismo natural por el hecho de que es socialmente repulsivo, pero en el fondo es básicamente el mismo en todos nosotros. Es nuestra configuración predeterminada, inherente a nosotros desde el nacimiento. Piensen en esto: no existe ninguna experiencia que hayan tenido en la cual ustedes no hayan sido el centro de la misma. El mundo como lo viven está ahí en frente a ustedes, o detrás, o a un lado, en frente, o en la televisión, o en su monitor, o en dónde sea. Los sentimientos o ideas de otras personas tienen que ser comunicadas a nosotros de alguna manera, pero las propias son inmediatas, urgentes, reales. Ya van entendiendo. Pero por favor no se preocupen que me esté preparando para predicar sobre la compasión o las también llamadas “virtudes”. Esto no se trata de virtud sino sobre decidir cambiar, o liberarse de alguna manera, de esa configuración predeterminada, la cual es: ser profunda y literalmente egocéntrico, y ver e interpretar todo a través del lente de sí mismo.
 Las personas que pueden ajustar su configuración predeterminada de esta manera son con frecuencia denominadas “bien equilibradas”[1], término que, sugiero, no es fortuito. Siguiendo la línea académica, una pregunta obvia sería qué tanto de este ajustarnos a nuestra configuración predeterminada involucra realmente conocimiento o intelecto. No es de extrañar que la respuesta sea: depende de qué tipo de conocimiento del que estemos hablando.
 Probablemente el aspecto más peligroso de la educación académica, por lo menos en mi caso, es que posibilita mi tendencia a sobre-intelectualizar las cosas, a perderme en el pensamiento abstracto en lugar de simplemente poner atención a lo que está pasando frente a mí. En lugar de poner atención a lo que está pasando dentro de mí. Como seguramente a estas alturas ya saben, es extremadamente difícil mantenerse alerta y concentrado en vez de quedarse hipnotizado por el constante monólogo que tiene lugar dentro de nuestra cabeza. Lo que todavía no saben son las implicaciones de esta lucha.
 A veinte años de haberme graduado, me he dado cuenta paulatinamente de estas implicaciones, y advertí que el cliché universitario de “enseñarte cómo pensar” era realmente la síntesis de una muy importante y profunda verdad. “Aprender a pensar” realmente significa aprender a ejercer cierto control sobre cómo y qué es lo que pensamos. Significa estar lo suficientemente conscientes para escoger a qué le ponemos atención y decidir cómo vamos a construir significados a través de la experiencia. Porque si ustedes no pueden o no quieren ejercer este tipo de decisiones en su vida adulta, estarán totalmente derrotados. Piensen en el viejo cliché de cómo la mente es un “excelente sirviente pero un pésimo amo”. Éste, como muchos otros clichés, tonto y banal en la superficie, en realidad expresa una gran y terrible verdad. No es coincidencia que la mayoría de los adultos que se suicidan con armas de fuego siempre se disparen a sí mismos en…la cabeza. Y la verdad es que la mayoría de estos suicidas estaban muertos mucho antes de jalarle al gatillo.
 Y esto es realmente, sin mentiras ni bromas, de lo que su educación debe tratarse: cómo evitar ir por tu confortable, próspera y respetable vida adulta, siendo un muerto, inconsciente, esclavo de tu cabeza y de tu configuración predeterminada, esa que te hace estar única, completa y totalmente solo día tras día. Esto puede sonar a una exageración o un sinsentido abstracto. Entonces hagámoslo concreto. El hecho es que ustedes recién graduados todavía no tienen idea de lo que “día tras día” realmente significa.
 Resulta que hay una buena parte de la vida adulta americana de la cual nadie habla en los discursos de graduación. Esa parte involucra aburrimiento, rutina y una bonita frustración. Los padres y las personas más grandes aquí entenderán perfectamente de lo que hablo. Por ejemplo, supongamos que este es un día normal en la vida adulta, se levantan en la mañana, se dirigen a su desafiante trabajo de oficina digno de un graduado, trabajan por nueve o diez horas, al final del día están cansados y muy estresados: todo lo que quieren es irse a su casa, prepararse una buena cena, tal vez despejarse un rato y dormirse temprano porque tienen que levantarse temprano al día siguiente a hacer lo mismo de nuevo.
 Pero de repente recuerdan que no hay comida en la casa –no han tenido tiempo suficiente para comprar comida esta semana a causa del desafiante trabajo- entonces al final del día tienen que subirse al automóvil y manejar hasta el supermercado. Es la hora que marca el fin de la jornada laboral y el tráfico es espantoso, entonces llegar a la tienda toma mucho más tiempo del que debería, y cuando finalmente llegan ahí, el supermercado está atiborrado de gente, porque por supuesto es la hora del día en que las demás personas que también tienen trabajo tratan de hacer cabida en su horario para ir de compras al supermercado, y la tienda está horrorosa y fosforescentemente iluminada, ambientada con espantoso pop corporativo o esa genérica música de fondo capaz de matar almas. Es el último lugar en el que quisieras estar pero no puedes entrar y salir inmediatamente. Tienes que deambular por los inmensos y saturados pasillos para encontrar las cosas que quieres, tienes que maniobrar con tu carrito entre todas las demás personas, que también están cansadas y tienen su propio carrito, y por supuesto están los viejos que se toman todo el tiempo del mundo, los que toman demasiado espacio, los niños hiperactivos, y tú tienes que poner la mandíbula dura y ser amable mientras les pides que te dejen pasar, hasta que por fin encuentras lo que buscabas, sólo que ahora no hay suficientes cajas abiertas a pesar de que la tienda está llena, entonces la fila para pagar es interminable. Lo cual es estúpido e irritante, pero no puedes desahogar tu ira con la frenética señora trabajando en la caja registradora, quien para ese entonces ya ha trabajado más horas de las que le tocan al día en un trabajo cuya rutina e insignificancia sobrepasan la imaginación de cualquiera de nosotros aquí en esta prestigiosa universidad…Pero bueno, finalmente llegas al frente de la fila y pagas por tu comida, y esperas tu cambio o a que una máquina apruebe tu tarjeta para después escuchar un “Que tenga un buen día” en una voz que suena como la muerte misma.
 Y después tienes que llevar tus feas y poco sólidas bolsas de plástico en tu carrito que tiene una de esas llantas locas que lo hacen moverse irremediablemente a la izquierda, todo mientras pasas por un estacionamiento sucio y lleno de gente, y tratas de subir las bolsas a tu automóvil de manera que nada se vaya a salir y rodar por la cajuela durante el camino, y luego tienes que manejar en medio de un lento y pesado tráfico para llegar a tu casa, etcétera, etcétera. Todos han pasado por esto, claro, pero todavía no ha sido parte de la rutina de ustedes, graduados, día tras semana, tras mes, tras año. Pero lo será, junto con otras rutinas no menos aburridas, tediosas y sin sentido. Excepto que ese no es el punto. El punto es que dentro de toda esta mierda frustrante entra el trabajo de escoger.
 Como el tráfico es lento, los pasillos atestados y la fila para pagar larga, si no hago una decisión consciente sobre qué pensar y a qué ponerle atención, estaré enojado y seré miserable cada vez que tenga que ir de compras al supermercado, porque mi configuración natural hace que en situaciones como estas todo gire en torno a mí, mi hambre, mi fatiga, mis ganas de irme a casa, y parecerá que todos los demás en el mundo están en mi camino, y a todo esto, ¿quién chingados son todas estas personas en mi camino? Y mira qué repulsivas lucen la mayoría de ellas y cómo parecen ovejas haciendo fila en la línea para pagar, o qué tan irritante y descortés es que las personas hablen así de fuerte por celular en medio de la fila, y, miren qué injusto es esto: he trabajado realmente duro todo el día, tengo hambre, estoy cansado y no puedo irme a mi casa por culpa de estas estúpidas y malditas personas. O, por supuesto, si estoy en una forma más socialmente consciente de mi configuración predeterminada, puedo pasar mi tiempo atorado en el tráfico estando enojado y disgustado con todas esas gigantes y estúpidas camionetas familiares, Hummers pick ups mientras gastan su derrochador y egoísta tanque de 150 litros, y puedo extenderme hablando de cómo las calcomanías religiosas o patrióticas parecen siempre estar pegadas en los vehículos más monstruosos manejados por los más feos, desconsiderados y agresivos conductores, quienes además suelen hablar por celular mientras tocan su claxon solo para ponerse seis estúpidos metros adelante en el tráfico, y puedo pensar en cómo los hijos de nuestros hijos van a odiarnos por haber desperdiciado todo el combustible del futuro y probablemente haber jodido el clima, y en cómo todos somos malcriados, estúpidos y egoístas, y cómo todo apesta, y así sucesivamente… Miren, si decido pensar así está bien, muchos de nosotros lo hacemos, excepto que ese pensamiento tiende a ser fácil y automático, no tiene que representar ninguna elección.
 Pensar de esta manera es mi configuración predeterminada. Es la forma automática e inconsciente con la que experimento lo aburrido y frustrante de la vida adulta, una vez que opero con la automática e inconsciente creencia de que soy el centro del mundo y que mis necesidades y sentimientos inmediatos son lo que deben de determinar las prioridades del mundo. La cosa es que obviamente hay diferentes maneras de pensar este tipo de situaciones.
 Hay mucho tráfico, todos estos vehículos están parados y estorbándome en el camino: no es imposible pensar que algunas de esas personas manejando camionetas familiares hayan estado en horribles accidentes automovilísticos en el pasado y ahora manejar para ellos se ha vuelto una experiencia tan traumática que su terapista no ha tenido más remedio que aconsejarles comprar una camioneta grande en la que se sientan suficientemente seguros al manejar; o que la Hummer que se acaba de meter en frente de mí está siendo manejada por un padre cuyo hijo está herido o enfermo en el asiento de copiloto, y está tratando de evadir el tráfico para llegar pronto al hospital, y que tiene una prisa más legítima que la mía. Realmente soy yo quien está atravesándose en su camino. O puedo escoger forzarme a considerar que muy probablemente las demás personas haciendo fila en el supermercado están tan aburridas y frustradas como yo, y que en lo general algunos de ellos tal vez tengan vidas mucho más difíciles, tediosas o dolorosas que la mía. Y así sucesivamente.
 De nuevo, por favor no piensen que les estoy dando un consejo moral, o que estoy diciendo que “tienen que” pensar de esta manera, o que alguien automáticamente espera ello de ustedes, porque es difícil, toma voluntad y esfuerzo, y si son como yo, algunos días no serán capaces de hacerlo, o no querrán hacerlo. Pero la mayoría de los días, si están lo suficientemente atentos como para decidir, pueden decidir ver diferente a la señora gorda con mal de ojo y demasiado maquillaje que acaba de gritarle a su hijo en la fila para pagar. Tal vez ella no siempre es así; tal vez lleva tres noches seguidas sosteniendo la mano de su marido quien está muriendo de cáncer, o tal vez esta misma señora es la empleada mal-pagada de oficina, que justo ayer, te ayudó a resolver un engorroso trámite ejerciendo un pequeño acto de bondad burocrática. Claro, ninguno de estos casos es probable, pero tampoco imposible. Depende de qué es lo que ustedes prefieran considerar.
Si están automáticamente seguros de saber qué es la realidad y quiénes y qué es importante –si quieren operar con su configuración predeterminada- entonces ustedes, como yo, probablemente no van a considerar ningún escenario que no sea fastidioso o sin sentido. Pero si realmente han aprendido cómo pensar, cómo poner atención, entonces sabrán que tienen más opciones. Estará en sus manos hacer de una situación lenta, infernal y estresante no sólo una experiencia significativa sino algo sagrado, un fuego con la misma fuerza que enciende las estrellas; compasión, amor, la subsuperficie de todas las cosas. Esta onda mística no necesariamente tiene que ser verdad: la única Verdad que lleva mayúsculas aquí es que ustedes tienen la capacidad de decidir cómo quieren ver las cosas. Esto, me parece, es la libertad de la educación verdadera, de aprender cómo estar “bien-equilibrados”: Ustedes pueden decidir conscientemente qué tiene importancia y qué no. Ustedes deciden qué es lo que van a adorar, porque aquí hay otra cosa que es verdad: en el día a día de la vida adulta no existe tal cosa como el ateísmo. No existe tal cosa como no adorar nada. Todo el mundo adora algo. La única elección está en qué decidimos adorar. Y una gran razón para decidir adorar a algún dios o algo parecido a un espíritu –llámese Jesucristo, Allah, Yavé, la Diosa Madre, Las Cuatro Nobles Verdades o una colección de principios infrangibles- es que prácticamente cualquier cosa que adores te comerá viva. Si adoran el dinero y las cosas –si eso es lo que consideran que tiene verdadera importancia en la vida- entonces nunca tendrán suficiente. Nunca van a sentir que tienen suficiente. Es la verdad. Adorar su propio cuerpo, belleza o encanto sexual siempre los hará sentirse feos, y cuando la edad se empiece a notar en ustedes, habrán muerto un millón de veces antes de que los entierren. Hasta cierto punto ya todos sabemos estas cosas –han sido codificadas como mitos, proverbios, clichés, trivialidades, epigramas, parábolas: el esqueleto de toda buena historia.
 El secreto está en mantener esta verdad en frente de nosotros diariamente. Si adoras el poder te sentirás débil y con miedo, y necesitarás más poder sobre otros para anestesiar el miedo. Si adoras tu intelecto, o ser considerado inteligente, terminarás sintiéndote estúpido, un fraude siempre a punto de ser descubierto. Y así sucesivamente. Miren, la cosa más insidiosa de estas formas de adoración no es que sean malignas o llenas de pecado; es que son inconscientes. Son configuraciones predeterminadas. Son el tipo de adoración que gradualmente nos atrapa, día a día, haciéndonos más selectivos en lo que vemos y en cómo medimos el valor de las cosas sin ni siquiera estar plenamente conscientes de que lo estamos haciendo. Y el llamado “mundo real” no te desanimará a operar con tu configuración predeterminada, porque el llamado “mundo real” de hombres, dinero y poder se lleva bastante bien con el combustible del miedo, desprecio, deseo, frustración y la adoración de sí mismo.
 Nuestra misma cultura contemporánea le ha puesto un arnés a estas fuerzas de modo que han cedido el paso a la riqueza, el confort y la libertad personal. La libertad para ser amos de nuestro pequeño reino, solos en el centro de toda creación. Este tipo de libertad suena muy atractiva. Pero por supuesto hay diferentes tipos de libertad, y del tipo más preciado de libertad no van a escuchar hablar mucho allá afuera en el mundo competitivo del ganar, conseguir y mostrar.
 El tipo de libertad más importante involucra atención, consciencia, disciplina, esfuerzo, y ser capaces de preocuparse realmente por las demás personas y sacrificarse por ellas, una y otra vez, realizando miles de pequeños, y nada sexys, actos, día tras día. Esa es la verdadera libertad. Eso es ser enseñado a cómo pensar. La alternativa es la inconsciencia, la configuración predeterminada, la “carrera de ratas” –la constante e insistente sensación de haber tenido y perdido algo infinito. Ya sé que todo esto probablemente no suena nada divertido, refrescante o inspirador como suelen hacerlo los discursos de las ceremonias de graduación. Lo que es, como lo veo hasta ahora, es la verdad, con un montón de basura retórica recortada. Obviamente pueden pensarlo cómo ustedes deseen. Pero por favor no lo vean como un sermón en donde la Dra. Laura[2] mueve el dedo índice como metrónomo y de forma acusadora.
 Nada de esto se trata de moral, religión, dogma o sofisticadas preguntas sobre la vida después de la muerte. La cuestión aquí, es la vida antes de la muerte. Es llegar hasta los treinta, o tal vez incluso los cincuenta, sin querer dispararse a sí mismo en la cabeza. Es sobre el verdadero valor de la educación, que no tiene que ver con calificaciones o títulos sino con la simple conciencia –conciencia de lo que es real y esencial, tan escondido a simple vista alrededor de nosotros, que tenemos que recordarnos a nosotros mismos una y otra vez:
“Esto es agua.”
“Esto es agua.”
“Estos esquimales pueden ser mucho más de lo que parecen.”
Es inimaginablemente difícil hacer esto –vivir de manera consciente, adulta, día tras día. Lo que significa que una vez más el cliché es cierto: su educación realmente es el trabajo de una vida, y comienza ahora.
 Les deseo mucho más que suerte.

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texto del escritor  estadounidense David Foster Wallace (1962-2008). Publicó una decena de libros de ensayos y no-ficción, tres libros de cuentos y tres novelas (La última The Pale King fue publicada post mortem) entre ellas ‘La broma infinita’ (Infinite Jest, 2002) considerada su obra más importante y una de las mejores novelas escritas en lengua inglesa desde 1923 hasta 2006. Este ensayo fue leído originalmente en la ceremonia de graduación para la generación de 2005 en la Universidad de Keyton. Fue publicado en 2009 por la editorial Little, Brown and Company. La traducción corre a cargo de Pablo Robles Gastélum.


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lunes, 15 de abril de 2019

La gente ignora el inmenso poder que tiene. El poder de crear la realidad.

No sé como fue, pero en algún momento del camino perdimos el poder, la autoridad sobre nosotros mismos, es decir, sobre nuestro mundo, sobre nuestra realidad.
Ejemplo 1:

En la televisión dijeron que este año estará de moda el color violeta. La gente lo acepta y lo cree e inmediatamente y a partir de ese momento se pone en marcha un mecanismo aparentemente invisible que transforma esta creencia en una realidad.
 Los negocios venden ropa violeta, la gente la compra, y las calles se visten de violeta. 
Pero… un momento… ¿quién tiene la autoridad y el poder para decidir que este año será el color violeta?
Bueno, uno puede creer que son los dueños de la industria textil, porque son ellos los que deciden qué fabricar y de que color. Ellos deciden el color de ropa que va a haber en los negocios.
Pero esto no es tan así, porque el resto de personas, es decir nosotros, decidimos si entramos en este juego o no. Nosotros en realidad podemos comprar y usar la ropa que nosotros queremos. Nosotros decidimos, ya sea consciente o inconscientemente.
 Nuestro poder siempre reside en nosotros. Aunque lo ignoremos. Aunque lo neguemos.
Cuando es de forma consciente podemos elegir en libertad.
Pero cuando es de manera inconsciente solo estamos reaccionando, estamos siendo controlados por impulsos que ni siquiera notamos, no estamos eligiendo, algo en nosotros lo está haciendo por nosotros. Somos robots o esclavos que obedecen y reaccionan de acuerdo a lo esperado por los demás. Hemos perdido el poder a la autoridad sobre nosotros mismos, es decir, sobre nuestra realidad.

Ejemplo 2:

Juan te dice algo feo, algo que te hiere psicológicamente/emocionalmente.
 La intención de Juan es hacerte sentir mal.
Si tú no crees lo que Juan dijo, si uno no lo acepta, eso que fue dicho se disuelve en la nada. Desaparece.
 Pero si uno lo cree, eso lo hace realidad. Uno empieza a sentirlo que como real, vivirlo como real, dicho en otras palabras, uno lo hace real. Uno coopera sin querer con su intención de lastimarte, reaccionando de forma inconsciente y completando la intención Juan. Es como si Juan nos hubiera utilizado a nosotros para crear ese mal. Y nosotros sin saberlo lo hemos ayudado. Vaya putada!

Cada uno de nosotros tiene un poder y energía inmensos, el poder de creer o no creer en algo. El poder de aceptar o no aceptar algo. El poder de hacer o no algo realidad.
La contracara de esto es que ese poder, esa energía, puede ser usada tanto para crear como para destruir. Pero hay buenas noticias: esto también está en uno.
Para eso uno tiene que empezar a hacerlo consciente, es decir, empezar a prestar atención a qué cosas estamos aceptando/creyendo cada día, en cada acto de nuestras vidas.
Ese nivel de consciencia determinará cuanta libertad tenemos para crear nuestra realidad o cuanto poder tiene tu inconsciente para creer la suya propia, es decir una realidad que no sabemos de donde salió y que no nos agrada en absoluto.
Ejemplo 3:

Hace unos años, la gente no creía que la tierra era plana. La tierra era plana! Como todos lo aceptaban y creían, eso en ese momento era REAL. Esa era una verdad aceptada por todos.
De la misma manera, en el año 2019 seguimos creyendo un montón de cosas arcaicas, que en su momento eran verdad pero ya han caducado y ahora son destructivas.

Ese poder, esa energía no se pueden parar ni detener. Y aunque no queramos ni nos demos cuenta estamos a cada momento de nuestras vidas pensando, aceptando y creyendo cosas, es decir conformando nuestra realidad.
Incluso lo que uno más teme termina sucediendo, por ejemplo: si pienso todos los días que no me quiero enfermar voy a terminar enfermo, porque he pensado en mí enfermo con la emoción del miedo. Me imagino enfermo cada vez que pienso que no quiero enfermarme y eso termina sucediendo.
En cada momento estamos aceptando y creyendo algo. Esto es imparable, como la vida misma.

Por eso cuidemos bien lo que nos creemos, lo que nos repetimos a nos mismos todos los días. Lo que pensamos todo el tiempo.
Porque eso que tú llamas “realidad” amigo mío, lo estás construyendo tú mismo sin saberlo. Ladrillo a ladrillo, palabra a palabra, pensamiento a pensamiento, emoción a emoción, en cada segundo de tu vida. Cada día.
Esto es así.
Y no para.
Y no va a parar.
Cuidado con lo que creemos, porque eso se termina manifestando como real.

Cada uno es el Dios creador de su mundo.

Restablece ese poder creador en ti.