BARCELONA
Poseído por un pensamiento silvestre
poco convencional, Marc Estévez Casabosch, un joven payés y experto en
bosques cuya trayectoria personal y profesional siempre ha girado
alrededor de la naturaleza y de su divulgación, abandonó hace siete años
Barcelona para establecerse en una masía del Prepirineo y recuperar el
contacto directo con la tierra. En su último libro,
Un hort per ser feliç,
que EL PERIÓDICO ofrecerá a partir del próximo sábado, aconseja a todo
el mundo poner un huerto ecológico en su vida. En el campo y en la
ciudad. Y es que es aquí, en los espacios urbanos y el asfalto, donde
esta práctica -el «jardín comestible», como él la apoda- prolifera
notablemente en los últimos tiempos.
-En el libro expone que una acción con miles de años de historia,
la de los huertos de autoconsumo, se está posicionando como uno de los
pilares de la sociedad poscapitalista. ¿A qué se debe esta tendencia?
-Más que una tendencia, es una reacción inconsciente. Llevamos unos
años en que, sin querer, nos hemos ido desnaturalizando, y al final el
ser humano vuelve a la tierra. Vivimos momentos en que el sistema parece
cojear y buscamos respuestas y una mejor calidad de vida.
Jardín comestible Marc
Estévez Casabosch en el huerto de Rambla de Porta (calle de Pi i Molist
con Maladeta), en Barcelona, este jueves. CARLOS MONTAÑÉS
-Pero, ¿dónde colocamos un huerto, por ejemplo, en un piso del centro de Tarragona o de Manresa?
-En
la ciudad uno tiene que empezar por lo que tiene más cerca y, poco a
poco, ampliar el espectro. Primero hay que valorar los espacios que
tenemos en casa. Quien tiene una terraza, vive en un ático o tiene un
balcón, o incluso ventanas soleadas, con cinco o seis horas de luz
directa al día, tiene posibilidades.
-¿Y quien tenga que descartar esta primera opción?
-Entonces
hay que ir un poco más allá. ¿Tiene terrado nuestro edificio? Un buen
lugar para cultivar son las cubiertas. A partir de aquí, una vez que
salimos a la calle tenemos muchas opciones.
-¿Por ejemplo...?
-Todo
lo que sean solares en desuso, abandonados, espacios verdes... Hay
muchos sitios en los que, por la vía de la desobediencia civil, se puede
poner un huerto. Por ejemplo, en un solar o rambla en el que hace 10
años que no se hace nada, como es el caso del que hay en Rambla de Porta
(Nou Barris). La versión más legal sería hacer propuestas a los
ayuntamientos.
-Con una superficie de tierra tan limitada como la que ofrece un balcón, ¿qué se debe plantar?
-En
sitios muy pequeños, como balcones o ventanas, tenemos que poner
plantas fáciles, como rábanos, lechugas, rúcula, espinacas... Sobre
todo, plantas de hoja, para que en muy poca superficie cultivable
podamos tener rendimientos aceptables. Además, hay que plantearse
también el tema de las plantas aromáticas: albahaca, romero, salvia...
-¿Y qué es obligatorio descartar?
-Sobre todo, las grandes hortalizas. No nos podemos plantear poner una sandía o una calabaza.
-No es lo mismo lanzarse a esta pequeña aventura en una localidad marítima que en el Solsonès...
-No
tiene absolutamente nada que ver hacer un huerto en Barcelona, donde
hay temperaturas óptimas para el cultivo durante muchos meses del año,
que en Ripoll o Puigcerdà. Cuando en Barcelona podemos tener dos o tres
cosechas, en la montaña, si todo va bien, se consigue una. Desde el
punto de vista climatológico, Barcelona es el mejor sitio para cultivar.
¡Es fantástico!
-¿Realmente es posible abastecerse con un huerto urbano?
-La
superficie ideal para un huerto de autoconsumo es de 60 metros
cuadrados. Con ese tamaño y una buena planificación, una familia de
entre dos y cuatro miembros se tiene que poder abastecer todo el año. Si
tenemos menos espacio, nos podemos plantear que toda la hortaliza de
hoja -por ejemplo, la lechuga- sea siempre de casa. No de kilómetro
cero, sino de metro cero, del balcón.
-¿Y la dedicación?
-No
te roba mucho tiempo, pero sí que pide mucha constancia. Yo siempre
digo que con 10-15 minutos al día puedes tener un gran huerto, de hasta
200 metros cuadrados. En el fondo, engancha. Tiene un punto de adicción
saludable.
-¿Qué aprendizaje regala un jardín comestible?
-Los
beneficios van más allá del producto. Es una revolución de la mente que
nos hace romper con la idea de inmediatez, además de una tendencia del
do it yourself (hazlo
tú mismo). Te conviertes en un consumidor consciente y responsable.
Como productor, te preguntas qué hay detrás de otros alimentos, de la
ropa, de los muebles... de quién lo ha hecho y cómo lo ha hecho.
-¿Y funciona como terapia?-Es una terapia inconsciente, que sana. Cultivar un huerto es una cápsula de meditación activa. Dejas de pensar en el entorno.
-Su propuesta es autoconsumo y, además, ecológico. Este último concepto parece que despista...
-En
el entorno urbano es algo que puede parecer esnob o al alcance solo de
un determinado tipo de personas, pero el cultivo ecológico es el que se
había hecho toda la vida, hasta hace 70 o 80 años. Ecológico, que es
sinónimo de orgánico y biológico, significa que los preparados que se
utilizan son vegetales. Si quieres hacer un fungicida saludable es tan
fácil como aplicar leche diluida en agua. Siempre será más económico y
mucho más sano. ¿Dífícil? No.
-Comenta en el libro que el
cultivo ecológico se extiende como una mancha de aceite. ¿Responde esto a
una desconfianza creciente de los consumidores?
-Sí. Ahora
tenemos más información y sabemos que determinados aditivos y pesticidas
que se habían utilizado hace unas décadas puede que no fueran tan
inocuos como se nos había hecho creer. Algunos han dejado consecuencias
de manera muy visible. El colectivo de los payeses, por ejemplo, tiene
una incidencia de cáncer brutal. Por eso nos planteamos: ¿Y si lo
volvemos a hacer como se hacía antes?
Fuente: www.elperiodico.es
http://www.elperiodico.com/es/noticias/sociedad/marc-estevez-casabosch-ciudad-excusa-para-olvidarse-del-huerto-2432173